Comentario
Un rasgo muy característico de esta etapa de las relaciones internacionales fue la puesta en marcha de una realidad nueva, la Europa unida. Sin embargo, la imposibilidad de llegar a un acuerdo creó una especie de mala conciencia que contribuyó a facilitar que, llegado un momento, se pudiera avanzar en otros terrenos.
Cuando el impulso europeo reapareció en escena lo hizo a iniciativa del Viejo Continente, sin ninguna participación de los norteamericanos, a diferencia de la ocasión anterior pero con la colaboración de quienes habían jugado un papel decisivo en el origen de la idea europea en el pasado. Fue Jean Monnet, presidente de la CECA, quien se dio cuenta que el impulso europeo no podía proceder de una colaboración militar, que era impopular o conflictiva, sino que debía basarse en realidades económicas. Utilizó para propulsar su idea a los gobernantes del Benelux y, además, apoyó la existencia de una presión popular para que los políticos de Europa acabaran realizando este gran proyecto histórico.
La conferencia de los ministros de la CECA reunida en Mesina a iniciativa italiana, en junio de 1955, decidió el relanzamiento de Europa por el procedimiento de crear instituciones comunes que facilitaran la creación de un mercado único tendente a la fusión de las economías nacionales, la armonización de las políticas sociales y la creación de un organismo de cooperación en las materias relativas a la energía nuclear. Los trabajos de los expertos reunidos en Bruselas, bajo la presidencia del ministro de Asuntos Exteriores belga Spaak, tuvieron como resultado la creación del Euratom y del Mercado Común. En este último, que habría de resultar la institución destinada a engendrar la unidad europea, la dosis de supranacionalidad era más débil que en la CECA, pero también hay que tener en cuenta que era mucho más amplio su campo de actuación. En vez de una Alta Autoridad el Mercado Común contó con un Consejo de ministros y una Comisión. El primero sería el órgano de decisión reuniendo a representantes de los Gobiernos; sus decisiones se tomarían siguiendo la regla de unanimidad a partir de las propuestas de la Comisión. En cambio, los comisarios serían expertos designados por los Gobiernos pero no los representarían y tendrían como misión elaborar la política a seguir. Tras un período de seis años se aplicaría el principio de mayoría simple; también se preveía la existencia de una Asamblea y de una corte de Justicia.
Los Tratados que dieron lugar al nacimiento del Mercado Común fueron firmados en Roma en marzo de 1957. Esta nueva entidad fue concebida como una unión aduanera que iría realizándose de forma progresiva a lo largo de tres períodos de cuatro años. En cada una de estas fases, los países miembros irían reduciendo sus tarifas aduaneras entre sí; además, se establecería una tarifa aduanera común respecto a terceros países. Con el transcurso del tiempo quedó previsto que fueran desapareciendo las fronteras a los movimientos internos de capitales y de trabajadores. Los territorios ultramarinos podían ser admitidos a título de ensayo.
En cuanto al Euratom tuvo como objeto originario proporcionar a Europa energía a buen precio consiguiendo para los seis países que suscribieron el acuerdo un mayor grado de independencia en materia energética. En la práctica, a diferencia de la CECA, no suponía una especie de reagrupación de la producción de energía nuclear sino de la creación de una agencia de aprovisionamiento que tenía una opción de compra sobre los materiales producidos por los países miembros y que, además, tenía la exclusiva de proporcionarlos en el exterior. En realidad el Euratom resultó un fracaso. Francia siempre pensó en que era necesaria una absoluta independencia en esta materia para poder llegar a construir su bomba atómica, en especial después de sus desgraciadas experiencias descolonizadoras y de la llegada al poder del general De Gaulle. Además, cuando los países europeos tomaron la decisión, en 1957, de crear una fábrica de separación de isótopos que les habría supuesto su propio uranio enriquecido imprescindible para obtener la energía nuclear, los norteamericanos rebajaron el precio de este producto, lo que tuvo como consecuencia que los países europeos que habían tomado esta iniciativa por sugerencia francesa acabaran por renunciar a tan costosas inversiones.
Durante los primeros meses de vida, las nuevas instituciones europeas debieron enfrentarse con graves problemas. A pesar de que se había situado al frente de ellas a un alemán y a un francés, los prejuicios del nacionalismo eran todavía muy grandes. De Gaulle, por ejemplo, intentó una reforma que, por potenciar demasiado el papel de las naciones, podría haber supuesto una crisis de unas instituciones todavía germinales. Pero, además, la creación de esta zona económica europea continental a partir de estos dos tratados tuvo otro tipo de consecuencias inmediatas. La más decisiva fue la aparición de una organización paralela y rival al mismo tiempo. Gran Bretaña, que había renunciado a formar parte del Mercado Común debido a su peculiar relación económica con los países de la Commonwealth, intentó que se creara una amplia zona de libre cambio que incluiría al conjunto de los países de la OECE como alternativa al Mercado Común.
Cuando esta iniciativa se demostró inviable, los británicos crearon, con la colaboración de otros países europeos, la Asociación Europea de Libre Comercio mediante un tratado suscrito en Estocolmo en noviembre de 1959 por Portugal, Suecia, Suiza, Austria, Dinamarca y Noruega. Pero muy pronto se hizo patente que en la competición entre las dos nuevas asociaciones económicas el Mercado Común llevaba la lógica ventaja que le proporcionaba la mayor coherencia de su propuesta. El desarme arancelario y el incremento del comercio prosiguieron mientras que empezó a estudiarse la posibilidad de poner en marcha una política agraria y financiera comunes. En el verano de 1961 el primer ministro británico Harold Macmillan acabó por pedir la apertura de negociaciones de cara al ingreso de su país en el Mercado Común.
Mientras tanto, había desaparecido ya el principal obstáculo que subsistía en las relaciones entre los dos países que habrían de convertirse -de hecho, lo eran ya- en el eje fundamental de la construcción europea, es decir, Francia y Alemania. En 1952, el jefe del gobierno del Sarre había pretendido, muy de acuerdo con el espíritu del momento, "europeizar" esta región dándole un estatuto internacional compartido. Sin embargo, la evolución política en ella indujo a la pura y simple adhesión a la República Federal, al mismo tiempo que Francia imponía como condición previa que se formara el Ejército europeo que ella misma acabó descartando. Tras un referéndum que tuvo lugar en octubre de 1955 en que vencieron los partidarios de la unión a Alemania, ésta y Francia llevaron a cabo amplias negociaciones que concluyeron en un acuerdo en octubre de 1956. De acuerdo con él, Sarre se uniría desde el punto de vista político a Alemania a partir de comienzos de 1957 y lo haría a partir de 1960 en el terreno económico. A cambio, Francia obtuvo carbón procedente de la región y la canalización del Mosela.